Amor interestelar

      Mi tiempo a tu lado, puede describirse como un viaje interestelar. Primero, porque el amor es un acto de fe al que me lancé sin conocer qué iba a encontrar, sin saber cuánto iba a durar y mucho menos, si tendría destino seguro. Pero lo hice, porque soy de espíritu inquieto y ansioso de nuevas aventuras, porque tengo un corazón dispuesto a morir amando en el intento y porque podía. Es lo que nos hace humanos, después de todo. El libre albedrío.

      Luego está el viaje en sí, que no puedo describirlo de otro modo, sino como sublime, maravilloso, nuevo, sorprendente, emocionante, conmovedor, aterrador y educativo; todo al mismo tiempo, así era nuestra relación. El destino no importaba. No había sistema solar que temiera explorar a tu lado. Las nebulosas palidecían en tamaño y las estrellas envidiaban tu fulgor. Junto a ti, todo era nuevo y por primera vez. A tu lado vi mi primera alba y mi último anochecer. Fuiste mi primera luna llena, mi primer cometa y mi último primer beso.

      Llegué a comparar la inmensidad del espacio con la profundidad de nuestro amor, ¡qué audaz! Pensar que tenía compresión alguna del espacio exterior, como para compararlo con la vastedad inexplorada del amor. Al final, fue una comparación ilícita, pues de hecho, sí conocía más del espacio que de lo que yacía en tu interior. Pero valió la pena. Cada día de viaje interestelar a tu lado, era una novedad. Era descubrir nuevas estrellas y esculpir recuerdos en ellas. Era lo nuestro, era lo que hacíamos con cada sensación, tacto y sentimiento; concebirlo como único y nuevo. Pudimos nombrarlo como quisiéramos, pero simplemente lo llamamos amor.

      Tal vez íbamos muy rápido, pero cómo saberlo a ciencia cierta, la velocidad y el tiempo son relativos en el espacio. Para quienes nos veían desde la inalcanzable distancia, parecíamos inmóviles, cómo detenidos en el tiempo, brillando como una estrella más en el firmamento y en cierto modo, así lo sentía yo; que éramos únicos, especiales, etéreos y dignos de la admiración de todos. Pero de cerca, la historia era totalmente distinta. De cerca, íbamos a millones de kilómetros por hora, tragábamos años luz en un parpadear y con la misma velocidad, consumíamos leguas de vivencias dejando vestigios de un adiós. En rigor, fuimos una nave cometa desgastándose poco a poco y dejando una fría estela de recuerdos.

      Pensé inútilmente que si iba más rápido, que si aceleraba nuestra relación a la velocidad de la luz, podría doblar el espacio-tiempo, crear un agujero de gusano, viajar al pasado y empezar de cero. Tal vez encontrarme con mi yo del principio y advertirme sobre los efectos de la gravedad y el amor, pero no, ya era muy tarde. En mi obsesionado intento de salvar la misión, no me percaté de que fuimos atrapados por un agujero negro. Pero, ¿cómo ver algo negro en lo negro del espacio?, es imposible. La única manera es sentirlo y para cuando lo haces, ya estás atrapado por su inmensurable poder atracción y destrucción.

      Aceleré al máximo mi dignidad y amor propio, a todo lo que daba el corazón. Solté el lastre de egos, orgullos y culpas, también deseché los rencores, reconcomios y malos momentos; todo, para hacer la nave más ligera. Luego usé los buenos recuerdos y lo vivido como combustible extra, en un intento desesperado para salvarnos y no ser consumidos por la oscuridad. Te juro que pensé que podía, después de todo, habíamos recorrido tanto y llegado tan lejos, que no quería darme por vencido. Así que luché, piloteé y me resistí a ser tragado por el agujero negro, pero iba perdiendo, es como si el monstruo se alimentara de mis esfuerzos burlándose de mí. ¿Era nuestro fin? ¿Cómo luchar en contra de lo desconocido?

      Tenía miedo, mucho miedo. Miedo de perderte, de perdernos. En cambio tú no. Tú te veías tan serena, flotando sin resistencia alguna y tan entregada al abismo, que me desconcertó tu forma de abrazar la fatalidad de tu destino. “Por qué tiene que ser fatal”, dijiste y acto seguido, te rendiste a la vulnerabilidad de lo inexplorado, lo inédito. Y mientras te alejabas, entendí entonces tu serenidad. Era otro acto de fe, otro salto al vacío como al principio y también me dejé caer.

Daniel González. 
Ccs, 22 de agosto de 2016.

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